UN JUEGO CON LA MUERTE
Cuando me desperté, noté una gran incomodidad y, al intentar moverme, me di cuenta de que estaba sentado en una silla con manos y pies atados. Me encontraba en lo que parecía ser una cabaña donde solo entraba, por la única ventana que había, la tenue luz de la luna. Asustado, grité tan alto como pude. Entonces escuché una puerta abrirse y a alguien entrar. —Soy la Muerte. He venido a tomar tu vida y quedarme con tu alma. Sin comprender lo que sucedía, sin entender cómo había llegado a esta situación, sin poder ver el rostro del ser que me estaba hablando y sin siquiera preguntarme si esto era real o solo un sueño, empecé a gritar mientras trataba de levantarme y correr, pero mi intento me llevó a caerme al suelo junto a la silla a la que estaba atado. Una vez que la Muerte llegó hasta mí, la débil luz que entraba en la habitación me permitió ver un objeto afilado, largo y curvado. Su guadaña.
—Te daré una oportunidad para conservar tu vida.
Dicho eso, cortó con su imponente arma las cadenas que me mantenían preso, me levantó sin esfuerzo alguno, me llevó a un rincón de la cabaña y me forzó a sentarme en una silla situada delante de una mesa. Fue entonces cuando me di cuenta de que no estábamos solos. Había alguien más, sentado enfrente de mí. Una lámpara de escritorio se encendió de repente, iluminando el pálido rostro de un chico de no más de diez años, y dos mazos de cartas situados encima de la mesa. La Muerte nos ordenó coger el que más cerca tuviéramos. El niño tomó el suyo y yo el mío. Cuando las miré, vi que eran cartas de Yu-Gi-Oh!, un raro juego de cartas que no hacía mucho tiempo que conocía. Además, aquellas cartas eran mías. Era el mazo que me había comprado el mes pasado y que había modificado comprando e intercambiando cartas.
—Vais a tener un duelo. Solo el ganador sobrevivirá.
Ante aquellas palabras, mi sorpresa fue inmensa. Apenas sabía jugar, ¡no había forma de que pudiera ganar el duelo! Pero antes de poder decir nada, ambos mazos se barajaron por sí solos y, entonces, mi oponente comenzó a tomar sus cartas. Si me levantaba, la Muerte probablemente me atravesaría con su guadaña, por lo que mi única esperanza era jugar, así que con las manos temblando tomé mis cartas y, entonces, el duelo comenzó. Pero ese no era un duelo normal. Cada vez que perdíamos puntos de vida, sentíamos un terrible sufrimiento por todo nuestro cuerpo, como si miles de cuchillos nos atravesaran. Jugué lo mejor que pude, pero él parecía ser mucho más fuerte que yo. Hubo un momento en el que mi dolor y mi miedo me impidieron seguir jugando. Pero, pese a todo, continué y, al comienzo del que iba a ser mi último turno ganara o perdiera, robé una carta y, al verla, sonreí mientras mis ojos brillaban. Con esa última carta, gané. Mi oponente se levantó y empezó a gritar mientras suplicaba piedad. Sus ojos mostraron una expresión de miedo atroz y, entonces, observé paralizado cómo su cuerpo se derretía hasta que no quedó nada de él. Después, la Muerte se marchó de la cabaña. Yo la seguí. Algo dentro de mí me lo ordenó.
A la mañana siguiente, se denunció la desaparición de un chico de doce años. Estuvieron buscándolo durante mucho tiempo, pero nunca lo encontraron.
Durante los siguientes años, muchos otros chicos fueron desapareciendo. La policía siempre marcó los casos como: “sin resolver”. Pero, lo que nadie sabe, es que todos aquellos chicos tuvieron duelos antes de desaparecer. Aunque ninguno de ellos ganó. Y mientras nadie lo consiga, continuaré con mi nuevo trabajo. Y así seguiré hasta que alguien sea capaz de derrotarme. No sé si esto es una salvación o una maldición.
Pero no quiero morir. Por eso, asegúrate de reforzar todo lo que puedas tu mazo, ya que nunca sabes cuándo puede visitarte la Muerte. Y yo no pienso perder.