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VAMPIRO

En un laboratorio secreto, oculto bajo una profunda selva, un doctor fascinado con los mosquitos y apenado por su escasa esperanza de vida, estudiaba la forma de solucionarlo. Durante su investigación, realizó cientos de experimentos hasta que creyó hallar la clave para cumplir su deseo. Para la prueba final, utilizó a su hijo de doce años.  En una cabina encerró al chico y, en otra, a un mosquito. Entonces, encendió la máquina y el trasplante comenzó. El objetivo era intercambiar las mentes de ambos individuos, de modo que al mosquito se le fuera proporcionado el cuerpo del niño y, así, pudiera vivir tanto como un ser humano. Pero algo falló. Un error desconocido fue detectado en el proceso y, cuando el hombre quiso detener el trasplante, fue demasiado tarde. Las cabinas se abrieron. Del mosquito no quedó nada y, cuando el doctor se acercó a su hijo, se dio cuenta de que sus ojos, ahora amarillos, brillaban; su piel se había vuelto grisácea y de sus dientes surgieron dos afilados colmillos. Antes de que el hombre pudiera hacer nada, el chico se lanzó contra él, hincó sus afilados colmillos en su cuello y no se detuvo hasta que el doctor acabó muerto y sin sangre en su cuerpo.  Una vez que llegó la noche, el niño puso decenas de huevos en el laboratorio y salió a la superficie. Allí, su cuerpo tomó la forma de un murciélago y se marchó volando.  Visitó la ciudad más cercana, permaneció escondido durante el día y, cuando anocheció, bebió toda la sangre que pudo de los cuellos de cuantas víctimas consiguió. El caos reinó, todos los ciudadanos intentaron huir y la policía trató de acabar con el chico. Sin embargo, todo fue inútil. El niño era tan veloz que ninguna bala lograba darle y con aquella misma rapidez perseguía y aniquilaba a todos.  Antes de que la mañana llegara, puso en la ciudad cuantos huevos pudo, se escondió y no volvió a aparecer hasta la noche siguiente. La policía investigó lo sucedido, pero no encontraron ni un solo huevo. Únicamente cadáveres sin sangre. Durante algunos años, aquel ser estuvo repitiendo el mismo proceso en todas las ciudades que encontraba. Por el día, nadie le veía. Pero por la noche, todos aquellos que se encontraban con él acababan muertos y sin sangre. También, donde quiera que fuera, ponía tantos huevos como podía. Al principio eran decenas, luego cientos, después miles y, con el tiempo, millones. Diez años después, la humanidad pasó a vivir en búnkers, ciudades muy bien protegidas e instalaciones de alta seguridad. Los humanos dejaron de morir por la noche, por lo que los supervivientes pensaron que finalmente podrían tranquilizarse y pensar en una manera de eliminar a quien fuera que había atacado de tal forma a la raza humana.  Pero fue precisamente en aquel tiempo, cuando la época más oscura para los seres humanos comenzó. Todos los huevos escondidos por todo el mundo se abrieron al mismo tiempo y, de ellos, nacieron mosquitos que, en menos de un mes, crecieron tanto como el niño de doce años cuyo cuerpo se convirtió en la abominación que era ahora.  En menos de un año, millones de seres como el primero viajaban por el mar, la tierra y el cielo, casi todas las ciudades e instalaciones humanas cayeron y solo los búnkers mejores escondidos aguantaron un tiempo más. Pero no sabían cuánto tiempo podrían resistir. Los seres humanos que aquellas crías atacaban, ya no perdían toda su sangre y no morían, sino que se transformaban en más abominaciones.  Finalmente, unos años después, el último ser humano fue encontrado, atacado y transformado en una de aquellas cosas. Y así, la raza humana se extinguió por completo. Y aquellos seres evolucionaron. Aprendieron a hablar y obtuvieron mente propia. Buscaron un nombre para su propia nueva raza y rebautizaron el planeta. Escogieron el mismo: Vampiro.

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