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14 DE FEBRERO

El catorce de Febrero siempre había sido una fecha muy especial para Cristian. Su cumpleaños era aquel día. Con cinco años hizo su primera amiga. A los trece dio su primer beso a esa misma chica, también en esa fecha. Y exactamente un año después, ambos hicieron el amor por primera vez. Diez años más tarde, el día de San Valentín completaron la mudanza en el lugar que sería su hogar durante treinta largos y felices años. Sus dos hijos nacieron también un catorce de febrero.  Cristian no tenía ninguna duda: aquella fecha le había bendecido y cada año era más feliz que el anterior.

     Pero, un día, su vida dio un terrible giro que jamás habría imaginado. Su esposa contrajo una enfermedad letal cuya cura era muy escasa y cara, además de que solo podía encontrarse en las mejores farmacias del país y, por supuesto, necesitabas una receta que debía entregarte un doctor. Aunque Cristian consiguió dicha receta y llegar a la farmacia, descubrió que alguien robó la noche pasada el último paquete.  Al día siguiente, su mujer murió. Casualmente, un catorce de Febrero.  Durante los veinte años siguientes, el hombre trató de ser feliz por su familia y amigos. Pero por muchas sonrisas que sus labios fueran capaces de esbozar, sabía que su corazón permanecería quebrado por el resto de sus días. Ahora vivía solo en la misma casa y pasaba el tiempo sentado en un viejo sofá en el que cada vez que miraba a un lado deseaba encontrar allí a su esposa. Su cuerpo le dolía cada vez más y sabía que pronto tendría que ir a una residencia en la cual terminaría sus últimos años de vida.  Un catorce de Febrero de los muchos que pasaba sentado en el sofá solo y recordando a su mujer, sus cansados ojos vislumbraron una extraña luz que parecía proceder de su habitación. Tan rápido como su débil cuerpo se lo permitió se dirigió allí y, cuando llegó, la intensa luz que envolvía toda la habitación le forzó a cerrar los ojos.  Cuando volvió a abrirlos, se dio cuenta que se encontraba en la farmacia donde no pudo comprar la cura para su esposa. Al mirar un calendario colgado en la pared, descubrió estupefacto que se encontraba en el pasado, en la misma noche que un criminal robó la medicina que no pudo conseguir para su mujer. Confiando en que este hecho era una segunda oportunidad brindada por el propio día catorce de Febrero para cambiar el triste desenlace de su amada, decidió esconder el paquete para que el ladrón no pudiera obtenerlo y, así, su yo del pasado fuera capaz de conseguirlo al día siguiente.

    Una vez hecho, decidió esperar a que el ladrón llegara. Quería contemplar con sus propios ojos al responsable de la muerte de su esposa. Tardó una hora en llegar. Una vez dentro, comenzó a buscar por todas partes la medicina mientras que Cristian, invisible a sus ojos, le miraba con desprecio, maldiciéndole incesantemente. Pero...

   —¿Dónde está esa medicina...? Tengo que encontrarla... Mi hijita la necesita...

   El anciano lo comprendió. Aquel hombre había cometido el crimen de robar el medicamento para salvar a su hija. Si Cristian mantenía la medicina escondida hasta el día siguiente, podría evitar la muerte de su mujer. Pero a costa de la vida de una chica.  Media hora después, el hombre regresó a su época. Al llegar, se dirigió al comedor y miró el sofá. Ella no estaba. El futuro no había cambiado porque, mientras se disculpaba con su mujer, dejó el paquete en el suelo, a la vista del ladrón.

   Destrozado, Cristian se sentó y encendió la televisión. Apareció un canal de noticias donde la prensa estaba entrevistando a una mujer joven que había descubierto la forma de multiplicar la producción de la cura para la enfermedad de la esposa del anciano a cantidades más que suficientes para poder ser vendidas en todas las farmacias del mundo a un precio muy reducido.

   Otra luz surgió, esta vez viniendo del balcón de su casa. Al mirar hacia allí, el hombre quedó estupefacto. En el centro de aquella luz pudo vislumbrar a su esposa sonriendo alegremente. Él le devolvió la sonrisa.

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