TRAS EL ESPEJO
Tumbado sobre la cama de una fría habitación, un adolescente llora desconsoladamente. Su padre le abandonó antes de nacer. Su madre se refugió en el alcohol, las drogas y en golpearle diariamente. Y, en el colegio, sus notas no son buenas, es malo en los deportes, sufre abuso escolar y la chica que le gusta le odia debido a un malentendido. Pasado un rato, el chico se levantó, se dirigió al cuarto de baño y se limpió la cara en el lavabo. Mientras se secaba con una toalla, se miró a sí mismo en el espejo. Siempre se había preguntado cómo era posible que todo un mundo pudiera reflejarse en él, aunque de forma inversa. Sabía que, buscando en internet, encontraría la respuesta. Pero no quería. Para él, no saberlo formaba parte de la magia. Y no quería romperla. Incluso llegaba a pensar que, tras el espejo, un mundo diferente se hallaba. Acercó su mano izquierda al cristal, lentamente. A medida que lo hacía, su yo reflejado acercaba la derecha. Y entonces, al tocarse sus dedos, una luz surgió. Una vez que su visión se esclareció, vio asombrado su reflejo ante él. Pero no dentro del espejo, si no en su propio cuarto de baño, justo delante. El chico parecía tan desconcertado con él. Ambos miraron al espejo: ya no se veían reflejados. Durante las siguientes horas, los chicos dedicaron el tiempo a hablar sobre sus mundos. Tal y como siempre habían pensado, tras el espejo existía una realidad idéntica a la que ellos vivían. O, al menos, a simple vista lo era. Pero, cuanto más hablaban, mejor comprendían que solo eran idénticos en apariencia. En aquel mundo paralelo que el joven siempre había soñado con descubrir, era diestro y no zurdo, todos los objetos visibles estaban colocados a la inversa, su padre no le había abandonado, sino que vivía con él y le quería al igual que su madre, quien nunca había tomado alcohol, drogas, ni pegado a nadie. Y, en el colegio, era uno de los mejores estudiantes, tenía muchos amigos e incluso novia. La misma chica que tanto le gustaba. Hablando de todos aquellos temas, se dieron cuenta de que, a pesar de que el espejo reflejaba la realidad en la que vivían, tras él se hallaba una totalmente diferente. Además. No solo todo su mundo era distinto. Ellos mismos también. Una vez que terminaron de hablar, regresaron al cuarto de baño.
—Me gusta tu mundo —le dijo su reflejo—. Aquí, tu vida es dura. Triste. Interesante. El mío es aburrido. Podría mejorar tu vida. Sería divertido.
—¿De verdad? —preguntó él, emocionado e ilusionado—. Y, mientras tanto, yo podría viajar a tu mundo y sentir por una vez lo que es vivir feliz, tranquilo y querido.
—No —le interrumpió mientras le miraba con ojos serios—. Para mí, un espejo nunca ha sido más que un simple objeto donde mirarte. Eso es todo. Nunca me interesó lo que pudiera haber tras él. Y no me gusta la idea de que exista otro igual a mí.
De repente, su otro yo se lanzó contra él. El chico, aterrorizado, trató de defenderse como pudo y, así, los dos se enzarzaron en una pelea que terminó cuando uno consiguió estampar al otro contra el grifo de la bañera, abriéndole una sangrienta herida en la cabeza.
Unos minutos después, la madre regresó a casa. Borracha, como todos los días, apestando a alcohol y a tabaco. Cuando llegó al baño, contempló a su hijo sentado en el suelo. Estaba temblando y parecía muy asustado, incluso a punto de llorar.
—Mamá… Yo… Ha sido un accidente… Solo… quería defenderme…
La mujer miró dentro de la bañera y, al ver a un chico sin vida e idéntico a su hijo, gritó estupefacta. Después se dio la vuelta y, sin pensarlo siquiera, alzó la mano y trató de golpear al chico con toda su fuerza. Pero él la agarró rápida y firmemente, antes de que le alcanzara, mientras esbozaba una sonrisa maligna.