LA ELFA Y LA NIÑA DEL CABELLO DORADO
Un día de otoño, una joven elfa pobre, vestida con un abrigo de piel y muy delgada, caminaba por el bosque en busca de alimento cuando, de repente, escuchó un llanto. Preguntándose de quién podía ser, lo siguió hasta hallar a una niña pequeña sentada en el suelo. Su cabello rubio parecía de oro, y llevaba un vestido blanco hecho de tela. La chica se acercó a ella y, entonces, se dio cuenta de que tenía una herida en la rodilla, por lo que le pidió que la esperara y se marchó tan rápido como pudo. Regresó media hora después, con dos cuencos. En uno llevaba hojas mágicas y en el otro agua. Primero se sentó delante de la niña, luego mojó las hojas en el agua y las pasó por la rodilla de la pequeña. Poco a poco, la herida y la sangre desaparecieron y la niña dejó de llorar. Pero empezó a temblar. La elfa se quitó el abrigo y se lo puso a ella, quien dejó de temblar. Sin embargo, su tripa rugió, por lo que la chica la cogió en brazos y la llevó hasta su campamento, donde solo había dos tiendas de campaña hechas de ramas, lianas y hojas. La elfa dejó a la pequeña dentro de una de las tiendas y se dirigió a la otra, donde guardaba sus provisiones. Se puso el abrigo de piel que le quedaba y contó sus raciones de comida restantes. Tenía para tres días. Para menos, si las compartía. Pero sin preocuparse por eso, tomó algunas raciones, tres cuencos de agua y volvió junto a la niña. Una vez allí, ambas comieron y bebieron juntas. La tripa de la pequeña dejó de rugir.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Has venido sola?
—Llegué hasta aquí tras perderme, mientras huía de unas personas.
—¿Por qué huías de ellas?
—Querían arrancarme mi pelo y venderlo. Está hecho de oro auténtico, por eso lo quieren —ahora ya sabía por qué su cabello rubio era tan intenso y bonito.
—Si has huido, ¿significa que no tienes hogar? —ella asintió—. Si quieres, puedes vivir conmigo, aunque no tengo mucho que ofrecerte.
La pequeña mostró una expresión de asombro y emoción en su rostro.
—¡Gracias! ¡Entonces me quedaré contigo! —exclamó mientras la abrazaba.
Durante el resto del día, las dos amigas pescaron, recogieron agua de un lago, y buscaron alimentos y leña en el bosque. Durante la noche, encendieron una fogata, cenaron, jugaron y contaron historias. Cuando llegó la hora de dormir, apagaron la fogata y entraron en la misma tienda de campaña. La elfa se despertó a mitad de la noche y observó a la pequeña, quien parecía profundamente dormida. Aquella niña era diferente a ella, pensó. Probablemente había estado viviendo en una mansión rodeada de sirvientes, ropa, comida y bebida, dentro de una gran ciudad. Si le cortaba el cabello, podía venderlo en la ciudad más cercana y vivir cómodamente el resto de su vida, como ella debía haber estado haciendo. Con aquel pensamiento en su mente, cogió un cuchillo que siempre tenía cerca y se volvió hacia ella. Pero cuando su fría y afilada arma rozó el pelo de la pequeña, sus oscuros pensamientos se desvanecieron y, arrepentida, dejó el cuchillo donde estaba y volvió a dormirse. A la mañana siguiente, cuando se despertó, la niña ya no estaba. En su lugar había una carta, un mechón de pelo de oro y el abrigo de piel que le había dado. La elfa cogió la carta y la leyó: «Muchas gracias por todo. Como agradecimiento, te doy este mechón de mi pelo para que lo vendas y no pases más frío, hambre ni sed». Con lágrimas en los ojos y una mirada de temor, la chica salió rápidamente de la tienda y miró a su alrededor, pero no la vio. Su corazón se le encogió a la vez que recordaba el rostro de la pequeña. Con toda su determinación, guardó en un zurrón grande toda la comida que le quedaba, un cuchillo y el abrigo de piel de la niña. Luego se ató el mechón de pelo a la muñeca de su mano y abandonó el campamento en busca de su amiga. No sabía a dónde podía haber ido ni cuánto tiempo tardaría en encontrarla. Pero sabía que algún día volvería a verla.